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The Whip de Karen Kondazian / Reseña-No-Reseña: Detrás de todo no hay nada.

  • Writer: Aquilino Rizoma
    Aquilino Rizoma
  • Sep 30, 2018
  • 3 min read

Buscando material para un proyecto literario personal di con esta historia del último conductor de carretas de la Estados Unidos de mediados y fines de 1800. Un hombre que desempeña una de las labores más varoniles de la época, y que al morir sorprende a todos los que le conocían porque su cuerpo era de mujer.



Así fue como me enganchó la novela para comprarla en su idioma original –inglés–. Es la primera obra literaria de Karen Kondazian, dedicada a la actuación. El libro empezó como un guión de película y por recomendaciones terminó en novela de historia fabulada. Siempre me ha encantado la historia fabulada, jugar con los datos que se conocen de la realidad e ir agregándole magia narrativa. Es básicamente uno de mis juegos favoritos, ver a alguien en un café o en cualquier lugar y tratar de contar su historia, pero cuando además cuentas con ciertos hechos de su vida, como en el caso de Charley Parkhurst, la narrativa se vuelve real para mí, ya no un juego.


Para escribir la novela Kondazian se fue a los diarios de la época donde reportaban al gran y legendario transportista de carrozas, Charley Parkhurst, y coloca alguno de esos recortes en el libro, así como una carta enviada por un vecino de Charley durante los últimos años de su vida, y coloca un obituario que salió en prensa, por allá por donde iba cambiando el siglo XIX a Siglo XX, donde hacen homenaje a la figura de Charley por ser quien fue, en su complejidad, dando a entender no sólo que los trabajos exclusivamente pensados para hombres son una mentira construida como verdad, sino también que la separación de los géneros está dada por unas simples ropas, unas maneras de manejar las corporalidades y algunos manerismos específicos y generalizados a grupos de personas como si les fuesen naturales o biológicos.


Eso de que somos un animal social no es simplemente porque somos un anima de compañías y de grupalidades, o porque somos tanto animal como humano, tanto seres primales como intelectuales, como me habían hecho entender desde la infancia, sino que somos un animal social porque nos domesticamos sin criticar, hacemos según se nos dice que hagamos y asumimos que eso es la vida. Pero a veces, como en el caso de Parkhurst, somos más que obediencia o costumbre, y eso lo activan las crisis, las emociones, la imaginación, la capacidad de salir y romper el molde, aunque si no las canalizamos desde un lugar de expansión, romper el molde puede significar caer en los mismos vicios sociales, porque dentro de todo, si intentamos soltar la socialización impuesta sólo por nuestra cuenta, llenxs de miedo por un afuera que sirve como policía si no tenemos vínculos de confianza, puede que nada más lleguemos a soltar algunos detalles, quedando presas de los vicios de la sociedad que nos intentaron atar desde la infancia.


De esto va, según entendí, la historia fabulada que Kondazian nos construye de la mítica figura de Charley Parkhurst, la primera mujer que se sabe que votó en los Estados Unidos a mediados de 1800, y que de un punto de su vida en adelante vivió como la sociedad solamente aceptaba que viviera un hombre, según contaron sus amistades y sus vecinos.


 

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