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Energía receptiva y energía accional.

  • Writer: Aquilino Rizoma
    Aquilino Rizoma
  • Sep 21, 2018
  • 5 min read

No logro identificarme con la idea de que una persona maneja «energías» masculinas y femeninas.


Si esto es un hombre 2 – autorretrato 2018

Sé desde dónde viene muchas veces ese planteamiento, y estoy de acuerdo con lo que genera ese discurso cuando viene a romper con un biologicismo mutilante de las posibilidades de ser más que un mero rol social naturalizado. Pero en mi caso, en mi realidad, esas energías siguen representándome imágenes muy adheridas a lo masculino-macho y femenino-hembra construido en la sociedad.


Me gusta cuando esas energías están asociadas con formas de aproximarse a la realidad, entonces, a veces, les llaman energías activas y energías receptivas. En ese caso ya se va a un nivel en el cual la socialización deja de tener un peso sobre las imágenes o secuencias que elicitan en mí las polaridades.

Que a los hombres se le atribuya lo accional y a las mujeres lo receptivo parece no cuestionarse ni cuando se buscan opciones más ligeras de nombrar esa relación automática, pero, ¿qué consideramos por energías activas y energías receptivas? Muchas veces se asume lo activo con individual, lo receptivo con grupal–colectivo. Se asocia lo activo con agresión, cuando no violencia, lo receptivo con quietud, tranquilidad, casi un estado de aceptación zen. A lo activo se le carga con la posibilidad de cambiar, a lo receptivo con la capacidad de mantener el flujo en orden en un mismo lugar. Si se piensa, por ejemplo, en un plano sexual, se asocia lo activo con quien domina, lo receptivo con quien está en dominación, así mismo lo activo es en relación a quien penetra y lo receptivo en relación a quien penetran.

Hubo un par de años en los que busqué mantener relaciones heterocisuales sin penetración. Me motivaron dos cosas: la primera, haberme lesionado el pene pensando que se había quebrado. Los urólogos no me dieron un diagnóstico definitivo, si había eyaculación y erección sin dolor sólo quedaba ver en qué condiciones quedaba el pene cuando se desinflamara la zona lesionada. Segundo, durante ese tiempo entré con mayor profundidad en el descontento que siempre he tenido en torno a los rituales heterosexuales. Por un lado, siempre contrastando con otros bio-hombres sus formas de «conquistar», y por el otro, encontrándome en un nuevo país, lo que implicó manejar otras lógicas para relacionarse y además otra manera de ser percibido.

En mi entorno adolescente, entre varoncitos estaba la premisa de qué significaba ser un buen polvo. Mi sensación de bienestar referente a lo sexual no pasaba por estar con más o menos parejas sexuales, sino en el nivel de satisfacción que pudiera dar a quien estuviera dispuesta a estar conmigo. La verdad es que una gran dosis de baja autoestima tenía que ver con esto, yo sentía que los chicos éramos muy feos en comparación con las chicas, y además yo me veía particularmente amorfo, fofo, gordo, extremadamente peludo, feo, facialmente asimétrico, no era bueno en los deportes, no sabía pelear, ni me gustaba, no sabía bailar, y además era extraño, oyendo músicas raras y leyendo… Hoy pienso que el necesitar satisfacer sexualmente a una mujer pudo haber nacido de ahí, pero la verdad crecí en un ambiente donde aprendí a escuchar a las otras personas. Me gustaba fijarme en la gente. Una vez, yo tendría entre tres y cuatro años de edad, estábamos toda la familia extendida en una piscina, tías, tíos, primos, primas, amistades de la familia, mis xadres, mi abuela paterna y yo, y mi abuela se colocó en una zona de la piscina en la que el suelo se volvía una bajada hacia lo profundo, volviéndose bastante honda, y yo noté que ella se estaba ahogando, pero las demás personas pensaban que ella estaba jugando o cualquier cosa, y les avisé «la abuela se ahoga», así como quien señala algo obvio, luego de que corroboraran que era cierto, la rescataron. Es una historia que quizá parezca tonta, pero observar es algo que no todo el mundo hace. Las personas ven, pero por lo general se conforman con lo que creen que está ahí.


La sexualidad para mí pasa por ese saber escuchar. Y en algún plano todos los vínculos están atravesados por la sexualidad, o mejor dicho, la sexualidad atraviesa todas las relaciones interpersonales, es casi como que está adherido en la comunicación, en el intercambio de sentidos. Los vínculos amistosos, familiares, están tan embestidos de sexualidad como los vínculos sexo-afectivos, las vinculaciones desconocidas, incluso las vinculaciones interespecies, sólo que la gente escucha sexualidad y piensa en algo muy estrecho, en algo que aún tiene un lastre de reproducción, de culpa. Pero la sexualidad es más bien algo que se entrelaza a la potencia, a la idea que desde hace miles de años se ha asociado con esa energía que mueve el mundo, eso que en nuestros tiempos han intentado separar de nuestra encarnación distinguiendo la reproducción del amor, haciendo de una cosa pura y divina y de la otra impura y carnal.


La sexualidad es saber escuchar. Cuando se aprende a escuchar se puede ver que los ritmos para la receptividad y para la acción no son posibles de atribuir sana ni éticamente a una sola persona en ningún caso, ni en una relación de pareja, ni en una relación de amistad, ni familiar, ni de trabajo, en nada, porque el flujo energético receptivo-accional es espiralidoso, en caso de tener que atribuirle una forma, y es espiralidoso intermitente, en caso de tener que darle alguna temporalidad, no es constante, no es fijo, es intermitente y espiralidoso, como el flujo de cualquier encuentro víncular.

Ahora, si aún se pretende asociar la energía masculina o femenina a una concepción de energía receptiva o accional, buscando un impacto que transforme los enclaustres de género haciendo posible que en cada persona se manejen esas fuerzas, pienso que hay que acompañar esto de esa fluidez, porque sin fluidez solamente se están usando otras palabras para nombrar lo mismo, y eso es algo que en la occidentalización de los conceptos importados pasa con demasiada frecuencia, tanto que podría llegar a ser más transformador analizar de dónde vienen palabras como «amor» y dar con un significado etimológico, aprendiendo las adaptaciones, las manipulaciones y los cambios que tuvo con el tiempo, con las conquistas, las invasiones y los diccionarios instituidos que sumando palabras nuevas que eventualmente recibirán y serán vividas de las misma forma en la que se vive hoy la palabra amor, o la palabra hombre o mujer, o heterosexual, o cualquier otra palabra mágica o no.

Por mi parte, aprendí mucho de las relaciones sexuales sin penetración. Pude llegar a ellas gracias a estar desde el principio de mi vida sexual buscando siempre formas de disfrute mutuo que no se enfocaran sólo en la penetración, pensando en los placeres de ambxs. Entre esas formas llegué a toparme con dos cosas importantes: el sexo consentido y el sexo tántrico. Claro que esas también son palabras que pueden adaptarse a la sociedad macho-inmediatista, ese mundo en el cual el consentimiento parece poder lograrse a través de artimañas y donde el sexo tántrico a veces es mencionado como una especie de previa al sexo real, pero todo eso es parte de que las palabras no son siempre las mismas aunque parezcan iguales.

 

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