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El Consenso y la Cultura de la Violación.

  • Writer: Aquilino Rizoma
    Aquilino Rizoma
  • Nov 14, 2018
  • 4 min read

Es triste pensar que el consenso de una relación sexual puede ser considerado una zona gris. Triste y encabronador porque esa zona gris solamente existe como consecuencia de la cultura de la violación que habitamos.


Lisa Yuskavage

Es una zona gris cuando se piensa, por un lado, que el consenso es un acertijo que hay que descifrar, es una incógnita que hay que resolver cual problema matemático, o como un sudoku complicado. Y también, porque se piensa que una vez dentro del consenso se da una especie de «vale-todo», como si cualquier abuso y cualquier ruptura fueran aceptables. La gente heteronormada incurre cotidianamente en la mayoría de los actos con los que suele cargar de prejuicios a todas las sexualidades no heteronormadas que tanto insulta y denigra. Y es que el verdadero miedo a explorar sexualidades no heteronormadas viene como consecuencia de lo traumático y espantosa que es la experiencia sexual de las personas que viven bajo el velo heterocis sin asimilar, ni apropiarse de su propia identidad.

Me permito en este texto hablar como singular para poder dar ejemplos sobre el tema de la zona gris del consenso. Primero, quiero decir que escribir sobre el consenso fue una idea que se gestó a raíz de un comentario que me hizo una mujer. Me dijo que era la primera vez en su vida que escuchaba a un hombre decir que el consenso no era un «vale-todo».

Eso es inaceptable. Con tantas palabras que decimos los hombres cishetero, con tanto show que robamos, para no decir palabras que ayuden a sanar esta sociedad, pero aún así casi todos esos hombres-deshecho-de-planta-nuclear tienen la machonería de insultar, de amedrentar y de asesinar a quienes abogan y luchan por cambiar esto.


La zona gris yo la aprendí de pequeño, cuando a los siete años una chica de unos 17 ó 18 años me toco y me obligó a tocarla. No voy a dar detalles, porque el morbo es una patología que hay que erradicar, y además hay que generar cosciencia de que la re-victimización es un tumor maligno que sufren las mujeres en tropel cada vez que son abusadas.


A esas personas que dicen que a las niñas –y a las preadolescentes, y a las adolescentes, y a las mujeres adultas– hay que dejar de vestirlas como adultas, que por eso es que se van de rumbo al crecer, y que por eso es que abusan de ellas en la infancia, les digo, no hubiese importado si yo hubiera estado, a los siete años, con unos pantalones de cuero y una camiseta a lo Robert Plant, tocando una guitarra aérea haciendo movimientos de cadera y lanzándole besos a la distancia, igual es abuso.


Aunque el hecho de que se trate la infancia parezca ser excesivo al hablar de consenso, no lo es. Porque el consenso no es la ausencia de no, el consenso ni siquiera es la presencia de un sí forzado. El consenso es una vaina que se siente, y que se deja de sentir en cualquier momento. El consenso en realidad implica habilitar el espacio para permitirse sentir. El consenso es estar ahí, en ese momento, con esa otra o esas otras personas. El consenso es reconocer las diferencias de poder. El consenso es reconocer que el miedo que la sociedad instaura en ciertas identidades, como lxs niñxs o las mujeres, o lxs migrantes ilegales, es una herramienta de control y sumisión.

Antes de cerrar, para los hombres heterocis que estén solamente sintiendo el asco sobre el abuso en la niñez pero aún no lo logren procesar en la adultez. Una noche invite a una mujer a compartir cama. Ella se acostó y me intentó abrazar. Le dije que no quería, que se quedara de su lado. Al rato, cuando yo estaba metiéndome en el sueño ella metió su mano en mi pantalón y me agarró el pene. Mi reacción fue sacarle la mano, decirle que no, pararme y no volver a dormir más. Desgraciadamente eso es un privilegio de hombre.

No intentaré ni adivinar qué fantaseaba ella. Pero, transformar un acto de solidaridad en un consenso inexistente es algo que los hombres heterocis hacemos todo el tiempo con las mujeres. Constantemente los hombres heterocis nos dedicamos a arruinar momentos de afecto incondicional, de cariño y de solidaridad que las mujeres tienen con nosotros. Intoxicamos la sociedad más y más, hasta el punto de que se consideren verdades absolutas ideas como que un hombre y una mujer no pueden tener una amistad, por ejemplo.

En mi caso, he descubierto que la única amistad real es una amistad abierta a la vulnerabilidad y a la afectividad incondicional, y ese tipo de amistades son casi imposibles de entablar entre hombres heterocis. Tienen que ser vínculos demasiado trabajados, que hayan atravesado situaciones trascendentales, o años y años de conocerse, y ni siquiera está asegurado en esos casos. De hecho, amistades que tenía de hacía décadas se fueron resquebrajando porque fui externalizando la destrucción del machismo interno lo que recibía de ellos era burla, o cualquier cantidad de machonerías que hicieron insostenible cualquier diálogo, cualquier amistad. Una de sus ideas favoritas era la de pensar que yo estaba adentrándome en estos terrenos del género para coger más, así como sugiriendo que yo hacía esto para «obtener» más sexo «consensuado», porque para ellos existía todo un grupo de mujeres al cual no podían acceder sexualmente por una suerte de barrera feminista. Ese pensamiento es tan perverso, el ser capaces de abusar de una mujer sin que nada de eso parezca un abuso, porque digan lo que digan, si un hombre finge toda una identidad solamente para «obtener consenso» para coger, eso no es otra cosa más que la internalización de la cultura de la violación en un grado de expresión bastante perverso.

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